“Ese es el lenguaje del testimonio”, explicó Su Santidad. “El testimonio es sin condiciones, permanente, decidido, con un lenguaje que no admite dudas. Y cuando el testimonio llega al final, cuando las circunstancias históricas nos piden un testimonio fuerte, allí están los santos, los mártires, los más grandes testigos. Y la Iglesia es regada por la sangre de los mártires y esa es la belleza del martirio. Comienza con el testimonio día tras día y puede terminar como Jesús, el primer mártir, el primer testigo, el testigo fiel con su sangre”.
Su Santidad no se refería solo al pasado, sino al momento actual “en el que nuestros hermanos y hermanas viven perseguidos, sufren y con su sangre hacen crecer la semilla de pequeñas iglesias y comunidades. Hoy hay más testigos, más mártires en la Iglesia que en los primeros siglos: son cristianos asesinados, perseguidos, discriminados o expulsados de manera elegante, con guantes blancos, que es otra forma de exclusión”, añadió.
El Papa Francisco hablaba de quienes están en el camino de llegar a los altares, como la fundadora de la congregación de Esclavas de la Santísima Eucaristía y de la Madre de Dios. Cada palabra parecía referirse a la Madre Trinidad. Desde “el sacrificio de cada día” hasta “la realización de las obras de misión”, porque en ella no hubo dudas, su sí siempre fue un sí y su no siempre no: “Mi Señor y mi Dios, recíbelo todo, mi obrar y mi sentir… no quiero otra cosa que amaros y llevar muchas almas a Vos. No quiero más que lo que Vos queráis, ni más salud, ni enfermedad, ni gozar, ni sufrir…”.
El Papa Francisco habló de esos casos heroicos excepcionales, pero recordó que todos estamos llamados a la santidad, cada uno en nuestra condición diaria, dando testimonio de vida cristiana: “No hay crecimiento sin el Espíritu, es Él quien hace la Iglesia, el que la hace crecer y convoca a la comunidad de la Iglesia, pero también requiere del testimonio diario de los cristianos”.