Eran las 14 horas de un miércoles. Todo parecía desarrollarse normalmente. Recogí a mi hija de seis años a la salida del kínder y esperaba la luz verde del semáforo, cuando desde el asiento de atrás oí que me preguntaba: “Mamá, ¿cómo se forman los niños?”
El corazón se me aceleró y por mi mente pasaron todos los libros de sexualidad leídos, las conferencias a las que había asistido y los consejos recibidos para cuando llegara el gran momento de hablar con mi hija sobre sexualidad. Me sentí un poco desilusionada. Pensé que me hubiera gustado tener preparado un mejor escenario para ese momento. Incluso consideré pararme en el café de la esquina para tener una conversación “de mujer a mujer”, pero antes, respiré profundo y le dije: “Me preguntaste cómo se forman los niños. ¿Qué es lo que quieres saber?”
Esperé atenta su respuesta, en la cual percibí un tono de impaciencia: “Pues, ¡ay mamá! ¿cómo se forman los niños en la fila del cole, por estaturas de grandes a chicos o de chicos a grandes?”
No pude evitar sonreír. Después de todo, no tendría que ser en medio del tráfico donde hablaría con mi hija sobre ese tema. Pero pronto llegará el momento y debo estar preparada.
Hoy en día, la educación de la afectividad difiere mucho de la información que se daba a los niños anteriormente. Las influencias externas se han modificado e intensificado, y todos estamos expuestos a una ola de sensualidad y de materialismo enfocada en el sexo y no en el amor.
Los padres somos la clave y no necesitamos ser expertos para poder transmitir la verdad sobre el tema; basta el amor que sentimos por los hijos y ciertos conocimientos básicos para poder responder a su natural curiosidad sobre el misterio de la vida, de acuerdo con cada etapa del desarrollo.
No a todos los hijos se les dice lo mismo, al mismo tiempo y de igual manera, pero en todas las circunstancias se les debe de brindar información que cumpla con las siguientes características:
Verídica: Eso no significa que debe ser cruda o vulgar. Utilizar un lenguaje normal, sencillo y natural, llamando a las cosas por su nombre y dejando abierta la posibilidad de nuevas conversaciones. Conviene primero preguntar para conocer exactamente cuál es la duda del hijo, teniendo en cuenta su edad.
Gradual: Adecuada a la edad, al sexo, a su ambiente y a las características personales.
No se trata de sostener solo una charla con el hijo, sino de acompañarlo a lo largo de su desarrollo para ampliar o repetir la información cuantas veces sea necesario. Es preferible hablar con nuestros hijos antes de que el tema sea abordado por algún amigo o medio de comunicación.
Nuestros hijos, según la edad, necesitan conocer su cuerpo y sus funciones, las diferencias entre los sexos, cómo nacen los bebés, la función del padre y de la madre en la fecundación, los cambios físicos en la pubertad, el impulso sexual, el noviazgo, el matrimonio y la castidad, entre otros temas.
Las dudas pueden surgir en cualquier momento, por eso siempre debemos estar atentos para poder responder adecuadamente.
Nunca pienses que ya lo has repetido bastante, recuerda que fuera de casa le repetirán lo contrario a todas horas (TV, radio, videos, Internet, redes sociales…). No te arrepentirás de haberle dicho y repetido algo, pero sí podrías arrepentirte de lo que no le dijiste o de aquello en lo que no insististe.
Personal: Cada hijo es único e irrepetible, razón por la cual han de recibir una formación personalizada e individualizada. Hay que procurar momentos de apertura e intimidad con cada uno y propiciar la oportunidad para hablar de temas como el embarazo de un familiar, una boda, un comercial, etc. Es importante mostrar interés en cada uno de los hijos y estar siempre disponibles para conversar y responder cualquier duda; no debemos escandalizarnos nunca ni mostrar nerviosismo. Aprovechemos cada ocasión que se nos presente para abrir canales de comunicación con nuestros hijos.
Integral: Que la formación que reciban de sus pardres englobe los distintos aspectos de la realidad sexual. No nos podemos limitar al aspecto biológico porque no somos solo cuerpo, sino también espíritu; tenemos una dimensión racional (pensamos), emocional (sentimos), social (nos relacionamos con los demás) y trascendente (estamos llamados a la santidad).
Hablemos a nuestros hijos de respeto y generosidad; de ser buenos hermanos, buenos hijos y buenos amigos; del pudor, la castidad, la justicia y la caridad. Formémosles desde pequeños en la autodisciplina, el dominio de sí mismos, la templanza y la fortaleza.
Positiva: Que entiendan y conciban la propia sexualidad como un don y un medio de realización personal mediante la entrega sincera de sí mismos, valorando la grandeza que encierra la complementariedad de los sexos.
Debemos asociar siempre la sexualidad con Dios, con el amor y la vida, y dejar claro que la unión de los cuerpos, cuando se trata de seres humanos, no es una simple acción animal puramente instintiva.
Repetir una y otra vez que las relaciones sexuales, movidas por el amor y la entrega plena, son exclusivas de la unión matrimonial y están orientadas a la procreación y a la unión de la pareja, resaltando la especial intervención de Dios, que crea e infunde un alma al ser humano en el instante mismo de la concepción.
Se trata de construir sobre el fundamento firme de las exigencias de la dignidad del ser humano y del respeto a su vocación al amor.
El tema de educar la afectividad resulta fundamental para comprender el misterio del hombre y la dimensión del amor. La educación de los hijos en el tema de la sexualidad es deber y derecho exclusivo de los padres.
Seamos padres valientes. Hemos de ir por delante, dando ejemplo de coherencia de vida entre lo que pensamos, lo que decimos y lo que actuamos.
Somos los padres los que debemos elegir cuándo, cómo y dónde hablar de sexualidad con nuestros hijos, y si no tomamos esta responsabilidad a tiempo, lamentaremos después haber dejado que otros lo hicieran con mentiras y verdades a medias.