Utilizar el lado derecho del cerebro con un propósito meramente lúdico no solo es sano, es el principio del arte. Como dijo Albert Einstein: “La creatividad es la imaginación divirtiéndose”.
Definir con palabras, plasmar en un lienzo o traducir en música un sentimiento, transformándolo en algo tangible, es una catarsis, una purificación emocional, corporal, mental y espiritual.
El tomar conciencia de lo que uno siente, atrapar ese sentimiento por unos instantes y dejarse llevar por él sin cortapisas, para luego intentar expresarlo con letras, colores, formas o sonidos, es metafóricamente hablando como el surfista que ve venir una ola enorme y en vez de esquivarla, la enfrenta, sube a su cresta y aprovecha su potencia para dejarse llevar y deslizarse hasta la orilla.
Aquello que logra estremecer el corazón es el combustible de la creatividad pura y contemplativa, que no tiene otro fin que el gozo estético. Basta con dejarse abrasar por el fuego de un sentimiento el tiempo suficiente para darle forma y templarlo como al acero, creando con lo efímero algo eterno.
Por esa razón, las tragedias personales, el dolor, las grandes alegrías y sobre todo, el amor y el desamor, son los protagonistas por excelencia del arte en todas sus manifestaciones. De ahí que en el arte, la forma sea tan importante como el significado que esta encierra.