La elección del Papa Francisco coincidió con la celebración de los primeros treinta años del Colegio Miraflores en sus actuales instalaciones. Acontecimientos que marcan una nueva etapa, para la Iglesia el primero y para el Colegio el segundo. Y no es la única coincidencia.
“Educar es una de las artes más apasionantes de la existencia”, ha dicho Su Santidad y explica: “Es el desafío de formar personas como ciudadanos solidarios, con sentido histórico y colectivo de comunidad; responsables desde la raíz de su identidad y autoconciencia del destino común de su pueblo. La función de la escuela incluye un fundamental elemento de socialización: de creación del lazo social que hace que cada persona constituya también una comunidad, un pueblo, una nación. La tarea de la escuela no se agota en la transmisión de conocimientos ni tampoco solo en la educación de valores, sino que estas dimensiones están íntimamente ligadas a la solidaridad social, porque pueblo no es una masa, ni de súbditos, ni de consumidores, ni de clientes, ni de ciudadanos emisores de un voto”.
Ese mismo anhelo de formación integral y compromiso social resuena en el Ideario del Colegio, prácticamente con las mismas palabras, pues entiende que la educación en su acepción humanista y cristiana no se limita a la transmisión de los saberes ni promueve solamente la asimilación crítica de la cultura, sino que se propone como meta el desarrollo de la personalidad del alumno en todas sus dimensiones y el reconocimiento de la propia vocación: se trata de aprender a ser.
En esta tarea, el Papa Francisco ha sub-rayado la trascendente figura del maestro. “Necesitamos maestras y maestros cristianos; los necesitan la Iglesia, los países, el mundo. El verdadero maestro en cualquiera de los niveles de la enseñanza, es aquel capaz de transmitir desde el ángulo de su propia disciplina una cosmovisión que llame al asombro, a la acogida, a la adhesión, a través del encuentro que ha de ser cada clase o lección; un encuentro en el cual tiene lugar un intercambio de experiencias y un diálogo entre generaciones”.
Y sabe de las dificultades que esta tarea implica: “requiere permanentemente ampliar horizontes, recomenzar y ponerse en camino de modo renovado. Además, nos cuestionan todos los días las necesidades de un mundo cambiante y acelerado. Hay que vencer el cansancio, superar malestares, medir las fuerzas ante el desgaste del trabajo. Necesitamos el bálsamo de la esperanza para continuar y la unción de la sabiduría para restaurarnos en una novedad que asuma lo mejor de nuestra tradición, y para saber reconocer aquello que hay que cambiar, que merece ser criticado o abandonado. El tiempo nos hace humildes, pero también sabios, si nos abrimos al don de integrar pasado, presente y futuro en un servicio común a nuestros chicos”.
El Papa Francisco comprende el proceso educativo como “un compromiso compartido” entre maestros y alumnos: “A ustedes que trabajan en Educación, rodeados de chicos y chicas sobre los cuales tenemos responsabilidad, les digo como el ángel a los Apóstoles: ‘Salgan del encierro y vayan y anuncien este modo de vida’ en que la luz es la que vence, este modo en que no se negocia la luz por un farolito que deja a su costado espacios de tiniebla. Anuncien este modo de vida en que la tiniebla no tiene lugar y luchen contra el cansancio para que cada chico y cada chica abra su corazón a la luz y no le tenga miedo aunque les pueda costar algunas dificultades”.
A ustedes, chicas y chicos, simplemente les digo: “Caminen por la luz, no se dejen seducir por los mercaderes de las tinieblas, abran su corazón a la luz aunque cueste. No se dejen encadenar por esas promesas que parecen de libertad y son de opresión, las promesas del gozo fatuo, las promesas de las tinieblas. Sigan adelante. El mundo es de ustedes. Vívanlo en la luz. Y vívanlo con alegría porque el que camina en la luz tiene un corazón alegre. Y esto es lo que les deseo a todos ustedes”.
(De Discursos y Homilías del Card. Jorge Mario Bergoglio. 2008-2012).