Un día, mi hermana lloraba en su habitación… Mi padre se le acercó y le preguntó el motivo de su tristeza. Hubo una frase especial que dijo mi padre esa tarde, que hasta el día de hoy, la recuerdo cada mañana y me llena de fuerza.
Mi padre acariciándole el rostro, le dijo: «Hija mía, enamórate de un Gran Hombre y no volverás a llorar». Me pregunte tantas veces cuál era la fórmula exacta para llegar a ser ese gran hombre y no dejarme vencer por las pequeñeces.
Conforme pasan los años, descubrimos que si tan solo todos los hombres lucháramos por ser grande de ESPÍRITU, grandes de ALMA y grandes de CORAZÓN… ¡el mundo sería completamente distinto!
Aprendí que un Gran Hombre no es aquel que compra todo lo que desea, pues hay tantos que han comprado hasta el «cariño» (caricias) y el «temor» (no respeto) de quienes nos rodean.
Mi padre le decía a mi hermana: «No busques a un hombre que solo hable de sí mismo, sin preocuparse por ti, ni a aquel que se pase las horas halagando sus propios logros. No te aferres a un hombre que te critique y te diga lo mal que te ves, o lo mucho que deberías cambiar.
Me costó trabajo comprender que un GRAN HOMBRE no es el que llega más alto, ni el que tiene más dinero, casa más grande, coche más caro, ni el que vive rodeado de mujeres, ni mucho menos el más guapo.
Un verdadero y gran hombre es aquel ser humano lleno de transparencia, que no oculta sus verdaderos sentimientos, ni se refugia en vicios y evasiones, es el que abre su corazón sin rechazar la realidad, es quien admira a una mujer por sus cimientos morales y su grandeza interior.
Un Gran Hombre, es que el camina de frente, sin bajar la mirada, es aquel que no miente y sabe llorar su dolor.