Durante más de dos años me dediqué a leer, a estudiar, a repasar para los exámenes que me darían el grado del que ahora gozo; Maestra en Ciencias de la Familia. Biología celular, antropología, bioética, teología, pedagogía, psicología, filosofía y derecho familiar, son las ramas que tuve que comprender a la perfección para obtener el título que hoy poseo.
Entendí la diferencia entre el medio y el fin, la importancia de la persona humana, la relevancia de advertir la necesidad de ver por el bien superior de la mayoría. Me di cuenta que es imprescindible encontrar una coherencia intrínseca y sobre todo pensar primero en los demás. No obstante, constaté que si uno no se conoce a sí mismo y se autodetermina, todo lo demás no funciona puesto que se relativiza.
Entre tanta información y literatura, y ante tan prestigiado cuerpo docente, entendí la diferencia entre la paternidad responsable y el control de población. Vislumbré que la dignidad humana es única y que no da saltos cualitativos, que la persona humana en cualquiera de sus estadios es merecedora de respeto y que el meollo de todo es el desarrollo natural de todas las cosas.
Constaté y me convencí de que no todo lo técnicamente posible es moralmente aceptable, y confirmé que la ley del más fuerte es la perdición de la humanidad, que en el momento que el hombre abusa de su libertad, se destruye a sí mismo.
Por ello, ahora que han pasado un par de años que me gradué de maestra, lejos de haber dejado el título colgado en una pared, he llevado a la práctica todo aquello que aprendí, que descubrí y que ahora defiendo y principalmente comparto.
Siendo inquieta por naturaleza, ahora curso la Especialidad en Educación Perinatal para ayudar a los matrimonios a vivir un embarazo sano, a tener partos humanizados y un puerperio inolvidable. Parte de ésta incluye la práctica en el campo hospitalario y en eso me encuentro hoy, voy a un hospital materno infantil del gobierno del Distrito Federal para acompañar a las mamás que van a dar a luz.
Llegan nerviosas, solas, con miedo y mucho dolor. Yo las recibo, me presento y les pido me digan su nombre, su historia y les doy mi mano. Las acaricio y las consiento, les hago sentirse amadas, asistidas y sobre todo busco que recobren la seguridad en sí mismas.
Hasta el momento pienso que lo he logrado, me lo han dicho al terminar el alumbramiento: “Gracias por estar conmigo”- El pago más cuantioso que una Doula puede recibir: palabras de agradecimiento y una gran sonrisa. Ver a sus bebés nacer, animarlas y ayudarlas a dar vida, es algo que nunca imaginé que llegaría a hacer, pero es una forma de trascender en los demás, de vivir la caridad en el prójimo de forma desinteresada.
Asimismo he vivido momentos difíciles, he tenido que hablar, que llevar a la realidad todo aquello que aprendí en esos años de intenso estudio; he sido coherente hablando por la persona humana.
Me ha tocado escuchar cómo se le dice a la madre angustiada que su bebé tiene taquicardia y que tendrá que ser sometida a una cesárea. Se le habla de forma brusca y seca, ella llora y siento mi mano apretujada por su miedo e incertidumbre.
A su vez, la ginecóloga le propone en la misma frase que aproveche la intervención para operarse, para mutilarse sus órganos reproductores y ya no tener más hijos –Ya con este es tu tercer hijo, para qué quieres más–.
Los libros, las teorías y las hipótesis tomaron vida. Todo lo estudiado se hizo realidad en ese instante. En ese momento en que sentada en la cama del hospital, tomada de la mano de una madre a quien yo consolaba secándole las lágrimas, a quien no conocía pero que en ese minuto la sentía muy mía; la sangre me comenzó a hervir. –¡Es cierto! ¡El control de población está a la orden del día!– Qué desatino, qué falta de ética, qué tristeza saber que la medicina hecha para curar, en la actualidad busque mutilar una parte sana del cuerpo porque se considera que “ellas no piensan” o “ya somos muchos”.
No se les habla con la verdad, nunca se les dan alternativas ni se les explican los riesgos; se aprovechan de su vulnerabilidad y esto pisotea su dignidad. Se olvidan de que tratan con personas y casi mecánicamente, de forma totalmente deshumanizada, las esterilizan con argumentos falaces y truculentos. Por ello me pronuncié y dije, una vez que controlé el hervor de mi sangre, que no consideraba prudente proponerle lo anterior a esta mujer, ya que se encontraba en estado de shock ante tan angustiante noticia.
Ayudar a personas a dar vida, ha sido una de las mejores experiencias; la aventura que desde hace 38 años comenzó me ha sensibilizado, me ha humanizado, me ha hecho querer hacer más por la humanidad, pero sobre todo, me ha hecho darme cuenta que para ser “irreprochables” como nos propone el Papa Francisco, debemos ser coherentes ante un mundo tibio.
No nos callemos, hablemos y defendamos al más débil.
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