Muchos piensan que de los veinte a los veintinueve años es una especie de extensión de la adolescencia, una etapa para “vivir la vida” y cometer errores estúpidos sin pensar en el futuro, pues ya comenzarán a preocuparse y a cambiar cuando alcancen los treinta. El trabajo llegará después, el matrimonio llegará después, los hijos llegarán después y hasta la muerte llegará después. Como si no tuviéramos otra cosa que tiempo.
Como psicóloga clínica, Meg Jay advierte que los medios de comunicación y la manera de pensar vigente promueven esta idea equivocada entre los jóvenes, que yerran al tomar decisiones que afectarán sus vidas más allá de lo que imaginan.
Dado que los años de preparación académica se han extendido y los jóvenes tardan más en “sentar cabeza”, los veinte son vistos como una etapa más del desarrollo. Pero no nos engañemos, lo cierto es que todo lo que hagamos en este periodo impactará el resto de nuestra vida, de la misma forma como las experiencias de nuestra infancia tendrán resultados a largo plazo.
Durante los veinte, el cerebro da su segundo y último jalón para alcanzar su pleno desarrollo y se programa para ingresar en la edad adulta. La personalidad sufre más cambios en esta etapa de la vida que en cualquier otra. Este es el momento de hacer cualquier cambio que queramos hacer en nosotros mismos.
El hecho de que la gente en general se establezca más tarde hoy que antes, no quiere decir que los veinte no deban ser aprovechados en todos sentidos para cimentar mejor la madurez. Algunos los ven como un tiempo de recreo, sin mayores retos ni responsabilidades, pero eso tiene consecuencias tanto en la vida profesional como en la vida personal y sentimental.
Como joven mereces saber lo que los psicólogos, neurólogos, sociólogos y especialistas en fertilidad saben: que aprovechar esta etapa es una de las cosas más simples y transformadoras que puedes hacer tanto por tu carrera, tu vida amorosa, tu familia, tu felicidad y el mundo.
Leonard Bernstein decía que para lograr grandes cosas se necesita un plan y poco tiempo para llevarlo a cabo. ¿Sabías que ocho de cada diez de las decisiones y experiencias que definirán tu vida las habrás tomado antes de llegar a los 35? Por ejemplo, los primeros diez años de carrera profesional tendrán un impacto exponencial en la cantidad de dinero que llegarás a ganar en tu vida. Y más de la mitad de las personas ya están casadas a esa edad.
¿Qué pasa cuando llegas a los veinte y crees que tienes diez años más para pasarla bien antes de comenzar a plantearte en serio tu vida? Exacto: ¡no pasa nada! Mientras tanto, cada día llegan al psicólogo cientos de veinteañeros inteligentes que afirman: ‘Sé que esta relación no es buena para mí, pero esta no cuenta, solo estoy matando el tiempo’; ‘mientras empiece a desarrollar mi carrera antes de llegar a los treinta todo estará bien.’ Pero luego empiezan a sonar así: ‘Estoy cerca de los treinta y no he logrado nada importante en la vida. Tengo el mismo curriculum que el día que me gradué de la universidad’; ‘mis relaciones amorosas en los veinte fueron como el juego de las sillas, todos corriendo alrededor para ganar cualquier silla disponible, y ahora que llego a los treinta parece que todos menos yo, ya están sentados, por lo que tendré que quedarme con la única silla disponible.’ ¡No hagas eso!
Hay tres cosas que todo joven en sus veinte debe hacer:
1) Olvídate de tu crisis de identidad (propia de la adolescencia) y dedícate a capitalizar tu identidad. Haz cosas que le agreguen valor a tu persona y a tu futuro. Invierte en lo que quieres llegar a ser. Este es el proceso de construcción de ese capital llamado identidad. Reafirmar tu personalidad en los veinte es muy importante. Esto implica salir de las trampas mentales en las que se puede caer cuando se vive obsesionado con uno mismo; en vez de eso, hay que tomarse tiempo para servir a otros, a la sociedad. Cuando una persona vive así, no solo añade valor a su vida sino que también es mucho más feliz. No descartes explorar nuevas cosas, pero sí aquellas que no añadan valor a tu identidad. Además, es importante no confundir exploración con procastinación (dejar para después, lo que debes hacer ahora).
2) Ve más allá de tu círculo de amigos. Los jóvenes que se mantienen pegados a sus amigos en un núcleo social muy estrecho limitan sus relaciones, lo que saben, cómo piensan, cómo se expresan y sus fuentes de trabajo. Ese importante capital que representa la pareja que te gustaría encontrar, lo más probable es que se encuentre fuera de tu círculo. Valiosas oportunidades llegan de lo que llamamos contactos: amigos de amigos de amigos. La mitad de los puestos en el mercado laboral no llegan a anunciarse, son tomados por personas que tienen alguna conexión con los empleadores. Eso no es hacer trampa, sino dominar la ciencia de cómo se esparce la información. Cultiva nuevos contactos y haz un esfuerzo para aprovechar todas las conexiones que puedas. La vida es una red y nunca sabes qué contactos –personales y laborales– puedes llegar a establecer al ser abierto con la gente.
3) Elige tu familia. Se dice que no escoges a tus familiares pero sí a tus amigos. Sin embargo, sí eliges a la familia que vas a formar. Debes ser tan intencional en el amor como lo eres en tu profesión. De otra manera, tras años de relaciones inestables sin significado, de pronto las personas llegan a los treinta y notan que los demás ya se han casado o están por hacerlo, y por eso deciden hacer lo mismo con quien sea que estén saliendo en ese momento. Gran error. El mejor tiempo para preparar el matrimonio es antes de llegar a él. Elegir a tu familia significa estar consciente de qué y a quién quieres y no solo esperar a ver quién te elige a ti. Porque no solo estás eligiendo a tu pareja sino a tu familia, hay que hacerlo con sabiduría, buscando a alguien que esté dispuesto a comprometerse y que tenga una visión de la vida similar a la tuya. Que estés saliendo con un/a cabeza hueca no significa que te vayas a casar con esa persona, pero tal vez lo hagas con la siguiente. El mejor tiempo para planear un buen matrimonio es antes de conocer a la persona con la que te habrás de casar.
Por otra parte, es importante tener conciencia de que la curva de la fertilidad femenina comienza a decrecer a los 28 años y las cosas se ponen muy difíciles después de los 35. De forma que los veinte son el momento para educarte acerca de tu cuerpo y decidir entre tus opciones.
Los veinteañeros son como los aviones que despegan del aeropuerto: cualquier cambio en su curso, por imperceptible que parezca, hace la diferencia entre aterrizar en Alaska o Fidji.
No olvides que los treinta no son los nuevos veinte: afirma tu adultez, construye un buen capital de identidad, aprovecha tus contactos y escoge bien tu familia.