“Lo contrario de amar no es odiar, es usar”.
Juan Pablo II
No deja de sorprender que el New York Times haya publicado recientemente un artículo que apunta los riesgos de que las parejas vivan en unión libre, siendo una práctica que se presenta tan común.
La creencia popular de que cohabitar antes del matrimonio es una manera de evitar el divorcio no es soportada por los hechos, advierte la doctora en Psicología Meg Jay, en especial si la pareja ni siquiera se ha comprometido. Por el contrario, si llegan a casarse algún día, estas parejas tienden a sentirse menos satisfechas con sus matrimonios y más dispuestas al divorcio que aquellas que no vivieron juntas antes de casarse. Estos desenlaces negativos son denominados “efecto de cohabitación”.
La Dra. Jay cita el caso de una paciente, Jennifer, que vivió con su novio durante cuatro años y luego se casó con él. Menos de un año después de la boda estaba buscando un abogado de divorcios, terriblemente desilusionada y preguntándose por qué su matrimonio no había funcionado. La boda le había parecido el paso lógico a dar tras cuatro años de cohabitar con su pareja; acepta que una de las razones que la llevó al altar fue que le era difícil pensar en romper la relación después de tanto tiempo amasando propiedades, perros y amigos en común, aunado al hecho de que ambos ya estaban en sus treintas.
Este caso ilustra del proceso que Jay llama “sliding, not deciding” (deslizarse, no decidir), que en principio lleva a algunos novios “modernos” a vivir juntos y eventualmente a casarse por motivos diferentes del verdadero amor: salir > tener sexo > quedarse a dormir en casa del otro > mudarse juntos porque es más barato, práctico y conveniente > boda.
Sin embargo, compartir gastos y establecer vínculos económicos hace mucho más difícil salirse de una relación que, en principio, alguno o ninguno tenía la certeza de que fuera a durar para siempre. El peor error es eludir el tema y no hablar con sinceridad sobre cuáles son sus verdaderas razones para preferir cohabitar que casarse. Cuando los investigadores hacen esta pregunta a quienes viven en unión libre, descubren que los miembros de la pareja suelen tener distintos motivos y agendas que los llevan a tomar esa decisión, las cuales en muchos casos no son manifestadas al otro, y a veces son incluso inconscientes.
Las mujeres son más proclives a ver la cohabitación como un paso hacia el matrimonio, mientras que los hombres tienden a ver este tipo de unión como una forma de poner a prueba a la otra persona y a la relación, o como una manera de posponer el compromiso. Esta asimetría de posturas que se da entre los sexos se asocia con interacciones negativas y bajos niveles de compromiso, aun cuando la relación desemboque en boda.
Una cosa en la que el hombre y la mujer sí coinciden, es que sus estándares para elegir una pareja para vivir en unión libre son más bajos que cuando buscan conscientemente un/a esposo/a para toda la vida. Después de todo, cohabitar no implica ningún compromiso permanente ante la sociedad, ante la ley o ante Dios, ni siquiera ante la pareja. Es una decisión temporal que no ata a largo plazo y de la que pueden arrepentirse en cualquier momento. Una especie de relación desechable, a prueba de errores.
“Tengo muchos pacientes que desearían no haber desperdiciado años de su juventud clavándose en relaciones que hubieran durado solo unos meses de no haber decidido vivir juntos. Otros aceptan que desean comprometerse con su pareja, pero no tienen del todo claro si eligieron a esa persona de una manera plenamente libre y razonada.
Fundar relaciones en la conveniencia o la ambigüedad puede interferir con el proceso de elección libre y madura de la persona amada. Una vida en común construida sobre el supuesto “tal vez tú resultes el adecuado”, no se percibe tan exitosa como una construida sobre votos hechos a perpetuidad: “Prometo…” o “Te acepto a ti como mi esposo/a…”
Jay afirma que es importante que las parejas discutan honestamente las motivaciones y el nivel de compromiso de cada uno antes de dar pasos en falso dejándose llevar por el enamoramiento, por la inercia de la relación o por la presión del otro.
Más vale anticipar y evaluar qué podría llegar a impulsarnos a cohabitar en lugar de casarnos. Es un grave error pensar que la cohabitación es lo mismo que el matrimonio, y peor aún es verla como una manera de poner a prueba a la otra persona o a la relación.