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La necesidad de un debate serio

En 1960 los candidatos a la presidencia de Estados Unidos, John F. Kennedy por el Partido Demócrata y Richard Nixon por el Partido Republicano, llevaron a cabo el primer debate presidencial televisado en la historia de su país. El contexto histórico de la década de los 60 en Estados Unidos sirvió como preámbulo para un hecho hasta ese momento novedoso en la sociedad estadounidense. En aquel entonces, bajo el marco de la Guerra Fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética, se postularon dos candidatos defendiendo perfiles diametralmente opuestos. La imagen de Kennedy como el joven senador por Massachusetts sin (gran) experiencia en política exterior contrastaba con la postura del poderoso vicepresidente Richard Nixon. El día del debate Kennedy supo interpretar de mejor manera la nueva realidad política a la que los candidatos tendrían que enfrentarse: una sociedad sentada en la sala de su casa que veía y escuchaba a los candidatos como si les estuvieran hablando a cada uno de ellos. Los analistas políticos interpretaron un empate entre Kennedy y Nixon. La percepción del pueblo estadounidense fue distinta. Kennedy había aplastado a Nixon.[1]

Mientras Kennedy y Nixon debatían en cadena nacional sobre el futuro de Estados Unidos, México vivía sumido en el régimen priista. Con Adolfo López Mateos la duda no era cuándo habría un debate presidencial en México, sino cuándo existirían condiciones para iniciar la transición democrática.

Treinta y cuatro años después del primer debate presidencial en Estados Unidos, en México los candidatos presidenciales en las elecciones de 1994, Ernesto Zedillo, Cuauhtémoc Cárdenas y Diego Fernández de Cevallos, debatieron por primera vez en cadena nacional. La virtud de dicho debate fue ser un acontecimiento histórico, pero ejercicio en sí mismo quedó a deber. Con un formato acartonado, lento y rígido, los candidatos no tuvieron oportunidad más que para dejar algunas frases memorables[2]. El contraste de ideas y posturas tendría que llevarse a cabo en otro terreno.

Faltando tres años para la elección presidencial estamos a tiempo de poner sobre la agenda electoral un tema que es relativamente nuevo para México. Necesitamos que desde este momento, y hasta el 2018, los potenciales candidatos a la presidencia de la República se comprometan a celebrar verdaderos debates ofreciendo un panorama serio que permita a los ciudadanos contrastar las propuestas y personalidades de cada candidato.

Si algo nos enseñaron las elecciones intermedias de junio del 2015 es que cuando ciertos sectores de la sociedad civil se organizan para exigir resultados, la clase política puede reaccionar de manera positiva. Me refiero a la iniciativa #3de3 impulsada por el Instituto Mexicano para la Competitividad (IMCO) y Transparencia Mexicana a través de la cual, en palabras de Juan Pardinas, director del IMCO, se pretende que “funcionarios y políticos antepongan los intereses de México a los suyos”. En pocas palabras, esta iniciativa contempla que los candidatos que pretendan obtener el voto de la ciudadanía hagan públicas su declaración de interés, patrimonial y fiscal (es indispensable visitar la reveladora página de dicha iniciativa http://tresdetres.mx/#/).

Los debates en México han cambiado poco (o muy poco) desde 1994 hasta la última ocasión en 2012. México merece la oportunidad de exponer a sus candidatos a verdaderos ejercicios de discusión política. Bajo el formato actual, en el cual un periodista alterna el uso de la palabra entre todos los candidatos de manera equitativa, es imposible propiciar un entorno de contraste y discusión. Lejos estamos de los debates que se dan en las elecciones del Reino Unido, Francia o Estados Unidos. Resulta doloroso comparar la discusión sobre el ataque a la embajada de Estados Unidos en Benghazi entre Barack Obama y Mitt Romney con la brillante intervención de la periodista Candy Crowley, y la patética presentación en el primer debate presidencial en México en 2012 (edecán incluida).

Es por eso que para las elecciones presidenciales de 2018 debemos levantar la voz. Debemos exigir a los candidatos que se comprometan a un verdadero debate. Debates con derecho de réplica y contrarréplica. Debates donde las cámaras televisivas enfoquen a un candidato mientras otro realiza alusiones directas. Debates donde un panel de periodistas o profesores realicen preguntas directas. Debates organizados por las televisoras mexicanas como se hace en Estados Unidos desde que la cadena CBS lo hiciera por primera vez en 1960. Debates en auditorios con estudiantes universitarios, y no en salones vacíos.

México necesita que sus debates cuenten con más profesores y periodistas, y menos edecanes.

Las de 2018 deben ser las elecciones en las que los candidatos presidenciales se comprometan a debatir. Pero en serio.



[1] Para mayor detalle sobre el debate Kennedy vs Nixon, recomiendo visitar la página de internet de “History”

[2]Durante el debate de 1994 Diego Fernández de Cevallos se refirió a Ernesto Zedillo en los siguientes términos: “…su candidatura es consecuencia de dos tragedias: por una parte la muerte de Colosio, y por otra la designación presidencial. La primera lo rebasa, no tiene usted ninguna culpa, pero la segunda lo descalifica, por lo menos si hablamos de democracia.”

FUENTE: http://www.letraslibres.com/blogs/polifonia/la-necesidad-de-un-debate-serio

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