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Glamour: poco, pero que dure

 

Hoy hablaré de algo que me causa harta nostalgia:

La elegancia en las bodas.

No me refiero a la falta de lujo (pues así no tengan muebles, los novios suelen echar la casa por la ventana), sino a la falta de clase… ¡ZAP!

La proliferación de los Wedding Planners se ha encargado de que los banquetes de boda parezcan una especie de kermés para adultos. Muchos cobran un porcentaje de los costos, por lo que les conviene sumar el mayor número de conceptos al presupuesto. Eso, aunado al afán de las novias de querer que su boda sea el evento social del siglo, provoca que se pierda el piso y cualquier novedad se considere un “must”. A la salida de muchas bodas me he encontrado con dedos insuficientes para cargar con la infinidad de chucherías que te regalan. Se instalan puestos de todo: dulces, postres, charcutería y quesos importados, barras de café y coctelería, tortas, chilaquiles, botana, farmacia y afeites… “you name it”. Todo para retener a los invitados hasta el “after” del “after”.

No hace tanto, cuando te sentías demasiado cansada, simplemente te ibas a dormir a tu casa; ahora reparten esas horrendas pantuflas de toalla bordadas con las iniciales de los novios (más kitch imposible). Como les digo a mis hijas: ¡por favorrrr!, usen tacones lo suficientemente altos para verse elegantes y femeninas, pero lo suficientemente cómodos para no parecer pollos espinados. Dejar los zapatos en el camino sólo le funcionó a Cenicienta. Esas pantuflas provocan que se vean como “doña Florinda” y que los vestidos carérrimos terminen como trapeadores.

Y qué decir de las novias en tenis… Como le digo a mi hijo: hijo, si tu novia no puede tomarse la molestia de usar tacones y asumir un poco de incomodidad el día de su boda… te habrás casado con Kanye West.

Antes, las mujeres visitábamos el baño con frecuencia, pero no para vomitar el exceso de alcohol, como algunas lastimeras “millenials”, sino para mantener en su sitio cada cabello y retocar el maquillaje. Si nos ampollaban los estiletes, nos poníamos una vendoleta y continuábamos caminando como la reina de Saba, aunque el dolor nos taladrara la médula. Si a la tercera copa sentíamos que se nos aflojaban las piernas, no había cuarta. Y obviamente, si queríamos mucho al novio, se lo demostrábamos en privado, no en la pista (y eso que aún no existía Youtube).

Mi último consejo: chicas, hay que saber retirarse a tiempo, a fin de regresar a casa con la misma dignidad con la que salieron. Mejor que las extrañen a que las alucinen. Glamour poco, ¡pero que dure!

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La última colección de calzado de Gucci parece inspirada en las bodas «new rich» mexicanas.

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