Donald Trump

No hay que tomarlo a la ligera

El descendiente de inmigrantes que hoy es precandidato del partido Republicano  a la Presidencia  de los Estados Unidos,  Donald Trump, presentó un  plan de reforma migratoria que promete iniciar la persecución de indocumentados  al día siguiente de tomar posesión.

El odio es el eje central de su campaña, y de triunfar en las elecciones, de aliado y socio comercial, México pasaría a ser el principal enemigo de su gobierno, y millones de inmigrantes indefensos cuyo único pecado es buscar un mejor nivel de vida, sus víctimas.

Todas las sociedades sin excepción, albergan en su seno esos sentimientos oscuros. La cultura los acota y a menudo los sepulta en el inconsciente colectivo. Pero nunca llegan a desaparecer del todo, y en los momentos de confusión y crisis suelen aflorar enardecidos por políticos demagogos o fanáticos religiosos, y producir los chivos expiatorios –s“el judío”, “el árabe”, “el negro” o “el mexicano” –en los que la sociedad descarga toda la culpa de sus males y se exonera a sí misma de sus responsabilidades.

Remover la podredumbre de los bajos fondos irracionales es sumamente peligroso, pues el racismo o cualquier tipo de odio colectivo es fuente de violencia y puede llegar a destruir la convivencia pacífica y socavar los derechos humanos, así como los valores sobre los que se sustenta una nación, como son la democracia y la libertad.

Con la promesa de unificar y restaurar la grandeza de Alemania, Hitler se presentó como un talentoso estadista y señaló como enemigo de todos los males de la nación a una minoría: los judíos. Formuló eslóganes simples, concretos y conmovedores para llegar a las masas, apelando al deseo de orden después de un periodo de violentos disturbios. De esta forma, cosechó un apoyo popular masivo.

La fórmula “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad, sirvió para idear un sofisticado proyecto de manipulación dirigido a tocar la fibra sensible de millones de alemanes. Al mismo tiempo, los nazis hicieron uso del terror para intimidar a aquellos que no se sometían al régimen e iniciaron la persecución de los judíos y otros grupos que estaban excluidos de la visión nazi de la “Comunidad Nacional”.

El multimillonario Trump inició su proceso electoral sin ninguna posibilidad de triunfo, pero eso se revirtió al utilizar la estrategia de Goebbels: “Adoptar una única idea, un único símbolo; Individualizar al adversario en un único enemigo; cargar sobre el adversario los propios errores o defectos, respondiendo el ataque con ataque. Si no puedes negar las malas noticias, inventa otras que distraigan.”

En estos momentos, Trump encabeza las encuestas dentro de las filas republicanas. Y aunque históricamente, los que inician adelante en las primarias nunca han alcanzado la candidatura, Trump tiene recursos ilimitados para financiar sú propaganda.

Ha perdido el voto latino (12% del electorado), pero eso no parece preocuparle. Tampoco le importa que México sea el tercer socio comercial de su país ni que los intelectuales y académicos estén abiertamente en su contra. El magnate ha subido de forma considerable en las encuestas de intención de voto de los republicanos y los independientes afines a ellos. Al enfocar su discurso con datos imprecisos y maquillados para lograr el encono hacia un grupo minoritario, marginado e indefenso, ha  encontrado eco en millones de norteamericanos de clase baja y poca educación, que ven en los migrantes la causa de todos sus males, así como la justificación de su fracaso y frustración.

Para mantener el paso, otro precandidato considerado “serio”, como Scott Walker, ha endurecido su discurso con relación a la inmigración: la enfermedad se propaga.

Omiten señalar que si los inmigrantes continúan ahí, a pesar de la terrible discriminación, es porque los contratan en sectores estratégicos como el campo. Tampoco mencionan que si existe el tráfico de drogas es porque su país es el mayor consumidor del mundo, su sistema financiero blanquea el dinero y sus fábricas les surten las armas a los cárteles.

Basta tomar un discurso de Hitler -a quien al principio de su carrera política también se le ridiculizaba por lo reaccionario, absurdo, violento e inverosímil de sus planteamientos- y cambiar la palabra judío por mexicano, para notar los elementos comunes en ambos mensajes: odio, racismo, discriminación y xenofobia.

Para que triunfe el mal, sólo es necesario que los buenos no hagan nada. ¡Contra el fascismo ni un paso atrás!    

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